sábado, 12 de enero de 2008

¿Por qué creemos en la calle como aula?


¿Por qué creemos en la calle como aula?

Álvaro es estudiante de la ESO. Se enfrenta a la época de exámenes, en concreto hoy al estudio del tema de historia dedicado a la Edad Media (lejanos, pasados y desconocidos tiempos hoy sólo reconocibles por algún que otro filme) y al de ciencias de la naturaleza Los paisajes del globo.

Sobre el primero recuerda que algo explicó la profesora en clase acerca de señores feudales y castillos, ahora toca memorizar un puñado de nombres de reyes y lugares de localización incierta. De aquello resulta una fantasía digna de merecer el protagonismo de un videojuego, pero ¿Qué hubo de real en ello? ¿De veras existieron, vivieron gentes en aquellos tiempos? ¿Cómo vivían, cómo pensaban, qué anhelaban, sentían como nosotros, comían algo parecido a nuestros potajes y cocidos? Seguramente la respuesta a todas estas preguntas es afirmativa, pero la enseñanza de la historia, quizá demasiado constreñida a libros de texto, se ha olvidado del aspecto más humano que permita identificarnos con nuestro pasado, de la intrahistoria que promocionara Unamuno, siendo algo lejano e incomprensible para la mayor parte de los alumnos.

Aún nos queda abordar el estudio de Los paisajes del globo, y Álvaro no conoce más paisaje que el del parque que tiene ante sí, ante su ventana, ante su casa, en una urbanización con piscina en las afueras. Más allá queda el paisaje de sucias calles, altos edificios y el solar abandonado junto al instituto donde se reúne con sus amigos a jugar al fútbol. Bueno, también hay otros paisajes, los que se suceden cada año en el transcurso del viaje familiar a Calpe en Agosto. Pero Álvaro no pensará en ellos, no los relacionará con las características climáticas y paisajísticas que memorizará en el clima mediterráneo, no caerá en la cuenta de que cada encina, cada jara, cada tomillo y así como cada cabra (de las supervivientes que quedan en un solitario risco aislado y rodeado por un magnífico, verde, y nada mediterráneo, campo de golf) que cada año avista en el viaje, y que la misma benignidad del clima que cada verano acoge a su familia (y cada invierno a sus abuelos de excursión con el Inserso) forman parte de ese maldito clima y de ese maldito tema tan difícil de memorizar.

La ardua repetición de los contenidos de la lección de lengua española ayuda al alumno a memorizar cada concepto, si se apura, con la suficiente exactitud como para reproducirlo al pie de la letra cuando sea preguntado en la prueba examinatoria y cuantitativa. Pero realmente ¿ha interiorizado la importancia de la lengua, del lenguaje y sus elementos como parte imprescindible de la socialización que aventurase Saussure?

¿Qué está sucediendo para que los alumnos sean incapaces de comprender, de asimilar conceptos, de identificar éstos con la realidad? Quizá es que, como dice Tonucci (La ciudad de los niños, 1997), “las propuestas educativas del actual sistema resultan pedagógicamente incomprensibles para el alumno. Las asignaturas proponen al alumno una porción limitada de este mundo complejo, de tal modo que la actividad elegida reproduzca con seguridad, y en un tiempo previsto y delimitado, los aprendizajes deseados. Y para estar más seguros de los resultados, los docentes sustituimos la complejidad del mundo real por la más controlable de la propuesta didáctica, del libro de texto, la pizarra y los ejercicios”. Como resultado el alumno acaba privado del excitante encuentro con la complejidad, de la búsqueda curiosa y de la satisfacción que produce el reconocimiento y elección de partes autónomas de la misma, y se ve abocado a un aprendizaje paralelo, exento de utilidad, y tan pasajero que sólo servirá para aprobar hasta el último examen, luego se olvidará.

La escuela, y en particular el aprendizaje, ha perdido el vínculo con el placer y recurre a un motor menos estimulante y poderoso, el del deber.

Un ideal: trabajar en las calles.

La propuesta metodológica de EDUC-Acción propone ofrecer una herramienta que aborde el conocimiento no como algo aislado de la vida, sino conectado con el ámbito mental y sentimental, con el estudio de la realidad como un todo interrelacionado.

La herramienta no la hemos inventado nosotras, ni es nueva. Ya en la antigua Grecia los maestros se aprovechaban de los espacios que las polis les ofrecían para impartir sus lecciones, paseando. Y en el siglo XIX la Institución Libre de Enseñanza, se convirtió en precursora de la enseñanza activa, intuitiva e integral en España impulsando las salidas a la naturaleza y el trabajo en la calle. Hoy en día, la ciudad ha sido adoptada como espacio vital y fuente de expresión, que ofrece infinitas posibilidades culturales y educativas. Educadores de calle, animadores socioculturales y un ejército de bienintencionados y enérgicos trabajadores y monitores, utilizan calles y espacios abiertos para trabajar. Las calles son espacios abiertos, cargados de elementos subjetivos, sensaciones y mensajes pasados y presentes, sólo hay que salir y aprender a leerlos.

Por otra parte, apuesta por un ideal: una filosofía de trabajo basada en la necesidad de la recuperación de la ciudad como espacio de encuentro e intercambio. Conceptos hoy trastocados en sus valores, con el descubrimiento del valor comercial del espacio y el cambio en los conceptos de equilibrio, bienestar y convivencia. Hoy predomina la separación, la especialización de los espacios y las competencias: sitios diferentes para personas diferentes, para divertirse, el centro comercial o los complejos de ocio, el centro histórico para bancos y comercios, la periferia para dormir. La ciudad como ecosistema sustituida por una suma de lugares especializados, autónomos y autosuficientes. Antes salir a hacer los recados significaba hacer un recorrido por el barrio, entrar en lugares diferentes, encontrarse con diferentes vecinos, conocer a las personas lo bastante como para tener una pequeña historia en común, como para mantener un vínculo...

Esta separación crea un desarraigo, una falta de aprecio y de apego para con el ámbito de lo más cercano y, como consecuencia, una falta de proyecto, de crítica, de capacidad de participación y de construcción de espacios, de lugares de encuentro.

Por eso creemos en la necesidad de recuperar las calles para los niños y niñas. A través de los recorridos e itinerarios didácticos se juega, se descubre, se aprende a participar y ser crítico y constructivo con el espacio urbano. Porque a alumnos y profesores, puede resultarnos muy útil enriquecer las programaciones con actividades en el exterior, y abrir nuevos horizontes a la asignatura. Por motivos pedagógicos, prácticos y un poco idealistas también.

El proyecto de EDUC-Acción se basa en el análisis de la realidad mediante la reconstrucción de espacios desde uno conocido, el propio barrio, y desde cuatro ámbitos del conocimiento:

Antropológico, en un intento de identificar a los habitantes del barrio, desde lo más particular, la familia, hasta lo más general, el vecindario. Sus moradores pasados y presentes, y la construcción activa y participativa de una ciudad para los futuros.

Cultural, el análisis de nuestro pasado histórico, artístico o literario, de la historia propia del barrio, la ciudad, la región, el país, el continente... La intrahistoria, el descubrimiento de las historias pequeñas, del significado de las manifestaciones artísticas y populares.

Científico, a través de un acercamiento al conocimiento más práctico y cercano a la realidad.

Espacial, haciendo análisis de los cambios en el paisaje y la revisión crítica que permita la creación de ecosistemas más humanos y ciudades más sostenibles.

Desde EDUC-Acción nos planteamos buscar alternativas para aprender e interpretar la realidad de modo crítico y constructivo. El sistema educativo debería perseguir que contenidos y metodologías sean más accesibles y cercanos a la realidad de los alumnos. Consideramos además, que los agentes implicados en el sistema educativo deben buscar espacios alternativos al aula, recuperar las calles y promover la interacción con nuestro entorno como miembros de una comunidad. En definitiva, consideramos que el principal objetivo de la Educación debería ser la formación de ciudadanos activos capaces de no perder la capacidad de sorprender y sorprenderse.

Emma Campoy

Maru Castellanos

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